En un mundo donde todo está monitorizado, donde todo parece estar bajo control, hay cosas que se nos escapan de las manos. Como el tiempo, que se desliza, silencioso, entre nuestros dedos. Tempus fugit, ergo carpe diem!!
La magnífica y sorprendente exposición de la Casa Encendida (hasta el 16 de Enero de 2011), bien podría haberse subtitulado "La belleza de un instante", o "La magia de un instante". Comisariada por Flora Fairbairn y Olivier Varenne, la muestra reune la obra de 14 artistas de distintas generaciones y nacionalidades. Bajo el hilo conductor de lo efímero en el arte, cada uno de éstos nos ofrece su personal interpretación de la brevedad de un instante, de una sensación, de la vida misma.
Hay obras que mutan con el pasar del tiempo, por lo que la espectador que acuda en diferentes momentos podrá observar los cambios. La cripta de Michel Blazy alude a la duplicidad e inseparabilidad de la vida y la muerte: el esqueleto, realizado con harina y huevo, está destinado a desaparecer, consumido por los microorganismos que pueblan el sepulcro. "Dowtime", la instalación de Claire Morgan realizada con fruta fresca, se refiere tanto a la idea de parar el tiempo, como al paso de éste: la imagen es un instante congelado, pero las fresas, que a la apertura de la exposición colgaban frescas, están ahora podres. "The Conference", de Steiner and Lenzlinger, se plantean si la tecnología nos domina a nosotros o somos nosotros los que la dominamos a ella: los cristales, metáfora de nuestra conciencia, van creciendo hasta invadir todo el espacio de la mesa de reunión, poblada de ordenadores portátiles y de teléfonos móviles.
Hay otras obras (las más bellas, en mi opinión) que capturan un instante. Me he quedado literalmente fascinada contemplando, o mejor dicho, adentrándome, en "In silence", de Chiaru Shiota, instalación donde se percibe el acusado sentido estético propio de la cultura nipona. Al traspasar la puerta de cristal, se accede a una gran sala blanca, con el característico entramado de lana negra de la artista, similar a una tela de araña que nos atrapa. Shiota congela un recuerdo de su infancia: un piano quemado que se ha quedado mudo. Ante un público de sillas quemadas que esperan, en vano, el comienzo del espectáculo, la artista recurre a las cuerdas negras para dibujar el sonido del piano, para devolverle la voz. Onírica la sala donde comparten espacio Anya Gallaccio y Tino Seghal: entrar en ella es como hacer una inmersión en una película de David Lynch. (Evito entrar entrar en detalles para no privar de la sorpresa a quien aún no haya visto la exposición). Céleste Boursier-Mougenot nos ofrece una prodigiosa experiencia multisensorial, con un delicioso grupo musical de pájaros diamante mandarín que tocan diferentes instrumentos: los músicos de la naturaleza haciendo música instrumental para el deleite del espectador de tan inusual performance.
Se sale de la exposición con la sonrisa en los labios y la impresión de haber vivido un instante mágico. Y uno se propone romper de vez en cuando con el frenesí del mundo moderno para prestar más atención a las pequeñas cosas y saborear los momentos. Porque cada momento es único.