http://www.vatican.va/various/cappelle/sistina_vr/index.html
Cuando, finalmente, conseguí realizar mi sueño de visitar la Capilla Sixtina, las lágrimas de emoción asomaban a mis ojos. La frecuencia con que este "capolavoro" del arte mundial se representa, tanto en reproducciones, como en libros, revistas, cine, etc,...hacían que el ciclo de frescos más impresionante del mundo, el trabajo en el que el gran genio florentino se dejó (literalmente) la salud fueran algo extremamente familiar para mí. Un poco como sucede con NY, que aunque no hayamos estado nunca nos da la impresión de haber recorrido sus calles y haber visto su elevado perfil vertical una infinidad de veces.
Pues bien, retomando el hilo del discurso, el día que emboqué los inmensos Museos Vaticanos y estaba a punto de penetrar en ese pequeño cofre colmo de arte que es la Sixtina (cuya arquitectura evoca el Templo de Salomón), sentí un hormigueo de emoción similar al que uno nota cuando está enamorado. En realidad, no es algo de extrañar, pues mi gran amor, mi pasión, es el arte.
Traspasé el umbral que daba acceso y allí estaba, en todo su esplendor tras la última restauración, el magistral e inigualable ciclo de pinturas. Botticelli, Perugino, Ghirlandaio....Y Michelangelo, el gran Michelangelo, que quién sabe cuánto habrá amado y odiado el ingente y arduo trabajo de decorar metros y metros cuadrados con escenas bíblicas, trabajo que le supuso un sacrificio casi religioso.
¡Lástima que nuestro cuello no sea telescópico y que no podamos acercarnos para ver al detalle sus pinturas! Abandoné la capilla a desgana, pues deseaba quedarme allí para siempre o, al menos durante unas cuantas horas o días, para impregnarme de tanta belleza, para aprehender cada mínimo detalle (y con dolor de cuello a fuerza de haber estado largo rato mirando hacia arriba).
Hoy, gracias a las nuevas tecnologías, podemos "viajar" a la Capilla Sixtina y emocionarnos contemplando al detalle su magnífica decoración.