domingo, 7 de agosto de 2011

Cristina García Rodero, Transtempo

Magnífica la exposición de la "magnífica" Cristina García Rodero (ha sido primera española que ha entrado a formar parte de la prestigiosa agencia internacional fotoperiodística Magnum), en muestra en el Círculo de Bellas Artes hasta el 2 de octubre.

Comisariada por Miguel von Hafe y María José Villaluenga, la muestra es una producción de Centro Galego de Arte Contemporáneo (CGAC), en cuyas salas se exhibió hasta el pasado mes de febrero.

El título de la exposición "Transtempo", literalmente "más allá del tiempo",  define a la perfección el discurso de la misma. La muestra reúne tres décadas de trabajo de García Rodero, quien, desde 1974, fotografió una Galicia atemporal, una Galicia profunda, oscura, fuertemente religiosa y supersticiosa, una tierra donde se entrelazan el fervor católico y el paganismo.

Sus fotos sorprenden y extrañan porque parecen de un pasado remoto, pese a que muchas sean de fecha reciente. Esas imágenes de ancianas con pañoleta y vestidas de luto de la cabeza a los pies, se nos antojan lejanas en el tiempo. Basta, sin embargo, dejar atrás las ciudades y adentrarse en la España profunda para hacer un viaje temporal, a la vez que físico.  La fotógrafa captura otra realidad de nuestro país, de esa otra España, esa España profunda, donde parece haberse detenido el tiempo. No obstante la temática, las fotografías de Cristina García Rodero son fuertemente estéticas, bellísimas. Sus fotografías en blanco y negro transmiten en muchos casos la belleza del esperpento, de los rostros cincelados por el tiempo, de esa España Negra que a finales del siglo XIX plasmaron en un libro homónimo Regoyos y Verhaeren.

Hay, por otra parte, una dicotomía en la exposición, una dualidad que es parte de la vida misma: muchas fotografías tienen como sujeto el tema de la muerte, tan dramático, sobre todo cuando se trata de niños; otras muchas son pura vida. Acomuna a ambas el pathos, la emoción -la otra fuerza que regula el ánimo humano junto con el logos (la parte racional)-, tan característico de las sociedades donde la religión y la superstición ocupan un lugar preponderante. La fuerza de las instantáneas de García Rodero se debe a que consigue capturar todo ese sentimiento y trasmitirlo al espectador. Sus fotografías son un hermoso y potente estudio sociológico y antropológico.



sábado, 6 de agosto de 2011

Polonia, Tesoros y Colecciones

Es indudable que el arte consigue transportarnos a otro tiempo y a otro espacio. El arte y la cultura son, sin duda, embajadores de primera, contribuyendo sobremanera a promocionar la imagen nacional en el exterior. La magnífica expocición "Polonia. Tesoros y Colecciones Artísticas", en muestra en el Palacio Real de Madrid hasta el 4 de septiembre cumple a la perfección con su labor diplomática, trayendo a España sus tesoros artísticos, recreando su pasado esplendor y haciéndonos desear preparar las maletas e ir a visitar todos los rincones del país.

El viaje imaginario comienza en la primera sala, donde nos recibe un video con imágenes de los monumentos más relevantes de Polonia y el bellísimo Nocturno de Chopin op.9 n.2

http://www.youtube.com/watch?v=qjKqy9lA_YQ

Es la primera vez que se presenta en España una exposición sobre el patrimonio histórico-artístico de Polonia y el debut es inmejorable. No se me ocurre un marco mejor para acoger esta maravillosa exposición: un palacio de ensueño acoge el esplendor de Polonia, con obras europeas y polacas de del Renacimiento al siglo XVIII. Sorprende gratamente el excelente montaje expositivo: la claridad del discurso y la elegancia con que se exhiben las obras de arte y objetos.  Tan armoniosa es la convivencia entre contenedor y contenido, que parece como si algunas obras hubiesen estado allí dispuestas siempre; es el caso del retrato de Eleonora Maria Wisniowiecka, que cuelga sobre una chimenea de marmol, uno de los espacios predilectos para disponer retratos. Una fastuosa lámpara de araña pende sobre la vitrina negra que custodia las preciosas monedas conmemorativas, las cuales parecen flotar suspendidas en el aire. Bellísimos los objetos de armería, en particular el impresionante uniforme de húsar, con sus magníficas alas, el Escudo Profético del Rey Juan III Sobieski o la Montura de Parada, realizada por un taller armeno de Luov. Tan lejos y tan cerca, recorriendo las distintas salas aprehendemos la identidad polaca, la influencia europea y la oriental -fruto de la situación geográfica del país-, que forjaron y enriquecieron su cultura.

Las dos últimas salas nos reservan lo mejor de la exposición, dos obras maestras: la Niña en un marco, de Rembrandt y la Dama del Armiño, de Leonardo, uno de los cuatro retratos femeninos realizados por el genio de Vinci y estrella absoluta de la exposición. A este tesoro se le  ha reservado una sala, de manera que podamos deleitarnos y contemplarla con total dedicación. Como por arte de magia, todo invita a dejarse transportar por tanta belleza. El Nocturno de Chopin que se escucha nuevamente, en la lejanía, y el gran marco color burdeos que enmarca y resalta el protagonismo del retrato de Cecilia Gallerani, la joven culta y hermosa amante de Ludovico Sforza, "Il Moro".  Leonardo presenta a la joven vestida a la moda española, esbozando apenas una sonrisa -algo muy característico de los retratos leonardescos- y sosteniendo en sus brazos un armiño blanco, símbolo de pureza, pero también alusión a su amante Ludovico Sforza -en cuyo emblema estaba el armiño- y al apellido de la propia Cecilia -ya que podría tratarse de un retruécano de su apellido, pues en griego armiño se dice galé.

Esta obra maestra, perteneciente a la Familia Czartorysky -una de las más poderosas de Polonia- desde 1978, se exhibe en el Museo Czartorysky, en Cracovia.  El amor por esta pintura, que por circunstancias históricas ha vivido  numerosas peripecias, se ha transmitido de generación en generación y su actual propietario, el Príncipe Adam Karol Czartorysky, a la pregunta de un periodista sobre el valor de esta obra respondió "si la pierdo me muero. Ese es su valor". Efectivamente, no todo tiene precio y cuando amamos algo, no queremos perderlo.


PS.-Es la primera vez que La Dama del Armiño se expone en España y quien desee verla debe darse prisa, pues la obra estará en muestra sólo hasta el 18 de agosto.




viernes, 5 de agosto de 2011

De Madrid al Cielo




Mientras  volvía a casa este mediodía, sufriendo el calor y el sol de justicia, pensaba que el clima del infierno debe de ser muy similar al de Madrid…probablemente, sus pobladores también, ¡Jajajaj! Yo, al igual que Mark Twain, soy de la opinión de que “el Paraiso lo prefiero por el clima, el Infierno por la compañía”. 

MADRID a mí NO ME MATA, a mí ME REGENERA. ¡Cuánto me gusta esta ciudad! Cañalla y divertida, cosmopolita y castiza, madre adoptiva de gentes venidas de todas partes, de España y del mundo. Adoro pasear por sus calles, ensimismándome en ocasiones con su arquitectura; en otras, observando la variopinta fauna urbana que la puebla. Madrid es un fascinante y entretenido “melting pot”, una ciudad acogedora y tolerante, de mente abierta y curiosa, que te atrapa en su seno, que te seduce y te embruja. Madrid, la ciudad donde las cañas saben más ricas, donde hasta los mendigos (algunos) tienen guasa, donde se respira vida y frescura. Madrid es alegría, es fiesta, es luz, es cultura, es belleza. Caótica y bulliciosa, ha sabido preservar sus remansos de paz, sus escondites más o menos secretos que acogen a quien huye del mundanal ruido. Siempre hay un museo con pocos visitantes, que permite el disfrute en la intimidad; siempre hay un café con pocas mesas ocupadas, una plaza de barrio, un sendero poco transitado.





Llevo ya casi siete meses aquí y cada día que pasa me enamora un poco más. Como el buen amante, sabe sorprender cada día, evitando así el tedio y la rutina. Basta cambiar el recorrido, caminar por una calle diversa. Creo que es mi ciudad. Incluso ahora, con este calor sofocante y soporífero que obliga a la indolencia, que me priva de las ganas de salir a la calle, a mí que soy más callejera que un gato. Me encanta el hecho de sentirla una ciudad “a medida del hombre”: a pesar de sus extensión y número de habitantes, Madrid no da la sensación de ser una metrópolis donde todo es prisa y estrés, donde uno se siente apocado y solo. No, Madrid ha sabido conservar la identidad de sus barrios, con su ambiente afable y familiar, tan diversos entre sí que bien pudiera existir incluso diferencia horaria. Me fascina el cielo madrileño, que parece pintado a pinceladas; sus puestas de sol, con esa luz amarilla que envuelve la ciudad en una atmósfera casi metafísica. “De Madrid al cielo,” que es hacia donde me encanta mirar, para descubrir las muchas esculturas que culminan los edificios singulares de la ciudad y que son, ellas también, habitantes de Madrid, con un apartamento en las nubes (me pregunto si las de ellas también serán estudios de 22 metros cuadrados).

Madrid es una ciudad fotogénica, pero no por perfecta, sino por su cautivadora perfecta imperfección. Me encantan sus contrates, visualizo una fotografía casi a cada instante: sus rincones, el pequeño concierto improvisado callejero, el afilador (¡cuántos recuerdos de la infancia me vienen al escuchar el sonido del chiflo), los personajes–iconos de la ciudad (como los dos gemelos roqueros que están siempre en la Gran Vía, entre Tres Cruces y Montera), el barquillero, los artistas, los miembros de las diferentes tribus urbanas, los turistas, los locales, los gatos y los madrileños de adopción. Tantos y tantos lugares que te atrapan, tantas cosas por hacer, tantos amigos por hacer. 

Madrid encandila por su fuerte y siempre sorprendente personalidad. Me entran ganas de ahorrarme las palabras para dejar hablar a las  imágenes, que hablan por sí solas. Y dicho esto, me voy a vagabundear por sus calles cámara en ristre.