Mientras volvía a casa este mediodía, sufriendo el calor y el sol de justicia, pensaba que el clima del infierno debe de ser muy similar al de Madrid…probablemente, sus pobladores también, ¡Jajajaj! Yo, al igual que Mark Twain, soy de la opinión de que “el Paraiso lo prefiero por el clima, el Infierno por la compañía”.
MADRID a mí NO ME MATA, a mí ME REGENERA. ¡Cuánto me gusta esta ciudad! Cañalla y divertida, cosmopolita y castiza, madre adoptiva de gentes venidas de todas partes, de España y del mundo. Adoro pasear por sus calles, ensimismándome en ocasiones con su arquitectura; en otras, observando la variopinta fauna urbana que la puebla. Madrid es un fascinante y entretenido “melting pot”, una ciudad acogedora y tolerante, de mente abierta y curiosa, que te atrapa en su seno, que te seduce y te embruja. Madrid, la ciudad donde las cañas saben más ricas, donde hasta los mendigos (algunos) tienen guasa, donde se respira vida y frescura. Madrid es alegría, es fiesta, es luz, es cultura, es belleza. Caótica y bulliciosa, ha sabido preservar sus remansos de paz, sus escondites más o menos secretos que acogen a quien huye del mundanal ruido. Siempre hay un museo con pocos visitantes, que permite el disfrute en la intimidad; siempre hay un café con pocas mesas ocupadas, una plaza de barrio, un sendero poco transitado.
Llevo ya casi siete meses aquí y cada día que pasa me enamora un poco más. Como el buen amante, sabe sorprender cada día, evitando así el tedio y la rutina. Basta cambiar el recorrido, caminar por una calle diversa. Creo que es mi ciudad. Incluso ahora, con este calor sofocante y soporífero que obliga a la indolencia, que me priva de las ganas de salir a la calle, a mí que soy más callejera que un gato. Me encanta el hecho de sentirla una ciudad “a medida del hombre”: a pesar de sus extensión y número de habitantes, Madrid no da la sensación de ser una metrópolis donde todo es prisa y estrés, donde uno se siente apocado y solo. No, Madrid ha sabido conservar la identidad de sus barrios, con su ambiente afable y familiar, tan diversos entre sí que bien pudiera existir incluso diferencia horaria. Me fascina el cielo madrileño, que parece pintado a pinceladas; sus puestas de sol, con esa luz amarilla que envuelve la ciudad en una atmósfera casi metafísica. “De Madrid al cielo,” que es hacia donde me encanta mirar, para descubrir las muchas esculturas que culminan los edificios singulares de la ciudad y que son, ellas también, habitantes de Madrid, con un apartamento en las nubes (me pregunto si las de ellas también serán estudios de 22 metros cuadrados).
Madrid es una ciudad fotogénica, pero no por perfecta, sino por su cautivadora perfecta imperfección. Me encantan sus contrates, visualizo una fotografía casi a cada instante: sus rincones, el pequeño concierto improvisado callejero, el afilador (¡cuántos recuerdos de la infancia me vienen al escuchar el sonido del chiflo), los personajes–iconos de la ciudad (como los dos gemelos roqueros que están siempre en la Gran Vía, entre Tres Cruces y Montera), el barquillero, los artistas, los miembros de las diferentes tribus urbanas, los turistas, los locales, los gatos y los madrileños de adopción. Tantos y tantos lugares que te atrapan, tantas cosas por hacer, tantos amigos por hacer.
Pongamos que hablo de....Madrid!!!!!
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