miércoles, 23 de julio de 2014

Espléndido Splendide Hotel

El luminoso del exterior no hace posible adivinar la sorpresa que nos encontraremos en el interior. Splendide Hotel es un verdadero viaje al pasado, concretamente a 1887, año de construcción del Palacio de Cristal, el espacio habitado por la instalación de Dominique Gonzalez-Foerster (Estrasburgo, 1965) y también año de apertura del hotel homónimo, a orillas del Lago Lugano.

Al Palacio de Cristal del Retiro, uno de mis lugares preferidos de Madrid y que alberga exposiciones de arte contemporánea con frecuencia excelentes, le faltaba, sin embargo, algo. Y Dominique Gonzalez-Foerster ha sabido restituírselo, dotándolo de mayor magia y encanto, si cabe. La artista francesa, que asegura no estar ya tan interesada por los cubos blancos, ha comprendido a la perfección el Palacio de Cristal: su intervención artística transforma esta arquitectura de hierro y cristal, ya de por sí bellísima o, mejor dicho, descubre su verdadera esencia, pues bien parece que el Palacio hubiese sido creado para esta obra. El edificio decimonónico, construido con ocasión de la Exposición de las Islas Filipinas y deudor del londinense Crystal Palace de Joseph Paxton, mira ahora a su pasado y, émulo de los balnearios de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, invita a la relajación y a la calma, al recogimiento.

Splendide Hotel fusiona a la perfección continente y contenido. El Palacio está ahora poblado por hermosas mecedoras Thonet, dispuestas por parejas o de manera individual, para que el espectador decida si desea o no compartir su experiencia con alguien cercano. Sobre cada una de ellas descansa un libro, una bibliografía selecta elegida por la artista, gran amante de la literatura. Invitan a sentarse, a dejarse acunar y sumergirse en la lectura, iluminados por la luz natural que entra a raudales a través de los cristales y contemplando el lago, escuchando el sonido de los pájaros (si el espectador tiene suerte y ese día no hay mucho público o éste, para variar, es respetuoso y guarda el silencio casi sagrado que requiere el perfecto disfrute de toda obra artística).




La obra de Gonzalez-Foerster nos permite alejarnos del mundanal ruido, dejar de lado los teléfonos móviles y demás tecnologías, olvidar por un momento las prisas y relajarnos, abandonarnos totalmente al dolce far niente y salir de allí como regenerados, deseando que esta instalación efímera permanezca para siempre en este lugar.











Dominique Gonzalez-Foerster, Splendide Hotel. Palacio de Cristal del Retiro.
Hasta el 19 de octubre de 2014






lunes, 17 de diciembre de 2012

Imogen Cunningham y la extraordinaria belleza de las cosas ordinarias


Three dancers, Mills College, 1929

Dicen que la belleza está en los ojos de quien la mira y, contemplando la excelente exposición antológica de Imogen Cunningham -1883-1976- (la muestra, la más completa dedicada a la artista, se puede contemplar en la Sala de Exposiciones AZCA de la Fundación Mapfre hasta el 20 de enero de 2013), me di cuenta de cuánta belleza había en los ojos de esta fotógrafa, una esteta que miraba el mundo a través del objetivo de su cámara y cuyas fotografías nos descubren la poderosa y simple hermosura que subyace incluso en las cosas más sencillas y, aparentemente, más banales. Viendo estas imágenes, me vino a la mente la genial escena de la bolsa de plástico de la película "American beauty".

Imogen había nacido para la fotografia, pues poseía un talento innato, curioso y un ojo certero para los encuadres. Muy longeva (vivió hasta los 93 años), desde el momento en que descubrió la fotografía, en 1906, no cesó de capturar instantes con su cámara. Su frase "la fotografía para mí es tan maravillosa que, incluso hoy, es como si jamás hubiese visto una fotografía", define a la perfección la inagotable pasión de Imogen, que la llevó a experimentar durante toda su vida con diferentes motivos y técnicas. Fotografiaba todo, desde arquitectura y paisajes urbanos, hasta flores y plantas, personas y paisajes naturales. Todo despertaba la curiosidad de la genial fotógrafa, incluso algo aparentemente tan simple como un charco, motivo que origina una de las obras que más me han cautivado de la exposición: Reflection at Sudbury Hill, England, 1960. Sus fotos, sea cual sea el sujeto protagonista, destilan una inusitada belleza.

Gran retratista, Imogen Cunningham conseguía captar en sus obras la personalidad de los retratados, su esencia. Sus retratos están dotados de una gran vivacidad y espontaneidad; transmiten tanta fuerza que, mirándolos, he comprendido por qué los indios creían que la fotografía robaba el alma. Fascinante el retrato de Paul Burlingame, con su insólito encuadre que resalta dos zonas tan potentes y expresivas como son las manos y los ojos.

Paul Burlingame, 1953


En la muestra se puede ver una fotografía del jardín de la artista, un vergel con muchas "modelos". Imogen realizó, de hecho, numerosas fotografías de flores y plantas, retratos sobre fondo neutro, característico del género pictórico, que hace resaltar el sujeto. Cada flor es única y sorprenden la sensualidad, carnalidad y erotismo que éstas destilan.

Bellísimas, así mismo, son las fotografías de bailarines. Cuerpos perfectos, pasos de baile congelados en el tiempo, pura estética y armonía.

Es siempre un regalo disfrutar de la contemplación de la belleza e Imogen Cunnigham nos proporciona, no sólo el placer de contemplar unas maravillosas fotografías, sino también las claves para mirar a nuestro alrededor con otros ojos. La belleza está en todas partes; sólo es necesario saber verla.

sábado, 4 de agosto de 2012

Disillusion, Miao Xiaochun

Entre los trabajos en muestra en PhotoEspaña 2012, me ha fascinado Disillusion, la obra de video-arte de Miao Xiaochun (Wuxi Jiangsu, China, 1964), que se puede ver hasta el 5 de agosto en la Sala Alcalá 31.

El gran lirismo y belleza de las imágenes y la música sublime de la Pasión según San Mateo, de Bach, contrastan con el pesimismo del mensaje que transmite el video de animación.  Delicada y potente al mismo tiempo, hermosísima y carente de esperanza, la obra dialoga con la historia del arte occidental. Los dibujos se inspiran en Miguel Ángel -Juicio Final, Piedad- y en Friedrich -Viajero en un mar de niebla- y narran la irremediable caída del ser humano.

Un hombre que, como un funambulista, camina entre dos rascacielos, metáfora de la contemporánea lucha por la supervivencia; un portaaviones; el fondo del mar como purgatorio y, finalmente, la Piedad. La Piedad, que claramente evoca la de Miguel Ángel, no sigue la tradición cristiana; toma de ésta el símbolo, del que hace una nueva lectura. La Piedad es ahora masculina, es un hombre quien sostiene en su regazo el cuerpo yacente, que se atomiza, desaparece. Por momentos pensamos que podría haber una redención a través de la belleza, pero no es así. No hay salvación ni resurrección; la ilusión se desvanece en las manos de quien sostiene al irredimible ser humano, o a lo que queda de éste.
Desilusión por lo que pudimos ser y no fuimos. Nos quedamos en nada, preguntándonos quiénes somos.

miércoles, 7 de marzo de 2012

"The artist", la obra maestra reconocida

"The Artist" enamora, fascina, encandila. Es diferente, delicada, divertida, sensible, bellísima. Faltan las palabras para describir esta obra maestra. O, para ser más precisos, sobran: "The Artist" es, de hecho, paradigma de la frase "una imagen vale más que mil palabras".

Michel Hazanavicius, director y guionista de la película llevaba años soñando realizar una película muda. Al hacer, finalmente, realidad su sueño, Hazanavicius ha logrado hacernos soñar a todos, transportarnos a otra época. Un tiempo en el que había menos medios y más imaginación, en la que ir al cine se convertía en un acontecimiento excepcional, en el que los actores protagonistas eran galanes y las actrices rezumaban glamour y charme. 

Viendo la película me ha entrado una gran melancolía. Me ha venido a la memoria cuando en mi ciudad natal, Gijón, acudíamos al cine e íbamos al María Cristina, al Robledo o al Arango. Cuando veíamos las películas en cines históricos, con encanto y personalidad y donde te sentías importante si tu localidad estaba situada en los palcos. En este caso, cualquier tiempo pasado sí fue mejor y, lo confieso, me habría encantado que hubiesen sobrevivido los cines de antaño, tristemente sustituídos por anodinas salas carentes de personalidad y estilo, con frecuencia situadas en centros comerciales.

"The Artist" ha sido para mí una gratísima e inesperada sorpresa. Excelente guión, dirección e interpretación impecables, una estupenda banda sonora y algunas escenas que creo pasarán a la historia del cine. Jamás escuché tanto silencio en una sala cinematográfica, tan atrapados como estábamos todos los asistentes. Durante 98 deliciosos e inolvidables minutos, nos transformamos en el público de los felices años 20 y los no tan felices años 30, reímos, lloramos y nos dejamos seducir por esta maravillosa película. Tan inmersos estábamos en ella que, como se hacía en pasado, aplaudimos emocionados con el "The End".

domingo, 12 de febrero de 2012

ESCRITO EN LOS CUERPOS CELESTES


Es siempre un placer pasear por el Retiro, especialmente en días soleados. Lo es más aún cuando, en una luminosa y gélida jornada invernal, te sorprende un fabuloso cielo estrellado. Adentrándonos en el hermoso Palacio de Cristal, como por arte de magia, nos encontramos sumidos en un oxímoron, una bellísima y sugestiva irrealidad, gracias a la instalación que Soledad Sevilla (Valencia, 1944) ha concebido específicamente para este edificio. 


Improvisamente estamos en el epicentro de una constelación particular. Es como tumbarse sobre la hierba a contemplar las estrellas en un lugar sin contaminación lumínica, allí donde se aprecia y disfruta en su plenitud el espectáculo nocturno de un despejado cielo cuajado de estrellas. La instalación, de un intenso azul Klein (ese azul increíble que tanta energía transmite), llena el Palacio de Cristal de cuerpos celestes que, paradójicamente se aprecian en todo su esplendor bajo la luz del sol. La malla de signos tamiza la  luz solar formando una suerte de vidriera contemporánea. Al mismo tiempo, deja translucir, o adivinar, los arcos de la estructura del edificio que acoge la instalación, en un ejercicio exquisitamente estético, delicado y único.    


El título de la obra lo dice todo: "Escrito en los cuerpos celestes". Soledad Sevilla transforma el Palacio de Cristal en una especie de observatorio astronómico mental. El universo que recrea la artista está hecho de signos (exclamaciones, paréntesis, interrogaciones), porque, en efecto, cuando contemplamos el cielo estrellado, hacemos un ejercicio de introspección : pedimos deseos, formulamos preguntas, reflexionamos, añoramos... El firmamento estrellado invita al silencio, a la reflexión, al detenimiento. ¿Quién de nosotros no ha soñado, llorado o anhelado bajo el infinito cielo nocturno? 


Soledad Sevilla nos regala una experiencia mágica, una personal reintrepretación del maravilloso espectáculo de la naturaleza, de una belleza tal que entran ganas de ponerse a danzar bajo las estrellas, en una soleada mañana invernal. 


















Soledad Sevilla. "Escrito en los cuerpos celestes". Palacio de Cristal del Parque del Buen Retiro, Madrid. Hasta el 29 de abril de 2012.

martes, 31 de enero de 2012

Leonardo da Vinci: Pintor en la Corte de Milán

Merecieron la pena el madrugón y las largas horas de cola sufriendo el húmedo frío invernal de mi adorada London, un soleado sábado por la mañana. Londres es más bonita, si cabe, cuando luce el sol y sus calles están aún desiertas por la hora temprana.

Decididamente, ése fue uno de mis días de suerte. Viajé a London con el propósito de visitar la exposición de Leonardo en la National Gallery. Los billetes en venta por internet se habían agotado hace más de un mes, así que la única opción era madrugar e ir al alba a hacer la cola, para tratar de estar entre los afortunados doscientos primeros que conseguirían adquirir sus entradas. Pese a llegar prontísimo y que faltasen más de dos horas para la apertura de las taquillas, las entradas ya estaban agotadas. Quiso, sin embargo, sonreírme el destino: en la cola del baño de una cafetería situada frente a la National Gallery conocí a una chica que fue mi "hada madrina", quien me proporcionó la "llave" para acceder a esa exposición excepcional e irrepetible, la mayor muestra de Leonardo realizada hasta ahora. Tess llevaba haciendo cola dos horas más que yo y ella sí había logrado estar en el grupo de los "elegidos" y como vendían un máximo de cuatro entradas por persona y ella y su amigo iban a sacar sólo una para cada uno, me hicieron el "regalazo" de permitirme unirme a ellos en la cola. Da gusto encontrar gente amable y dispuesta a ayudar. 

Me sorprendió y llenó de regocijo ver que eramos tantos los locos por el arte, numerosísimos quienes nos refugiábamos en la contemplación de obras maestras.

La exposición de la National Gallery era una ocasión única para contemplar uno de los períodos más destacados del genio italiano, el que Leonardo pasó en la Corte de Milán, al servicio de Ludovico Sforza "il Moro", entre 1482 y 1499. Una excelente muestra que permitía un acercamiento al arte del Maestro, con pinturas y dibujos de su propia mano, que compartían espacio con obras de sus discípulos. Por primera vez se exponían juntas las dos versiones de la Vírgen de las Rocas (personalmente prefiero la primera versión de la misma, que se encuentra en el Louvre). Sala tras sala nos sorprendía la maestría de Leonardo, su intensa fuerza creadora, su innata curiosidad por innumerable temas, su interés por la psicología de los retratados, su estudio del natural, su fascinación por la belleza perfecta y, también, por la perfecta fealdad, polos contrapuestos y complementarios de la estetica leonardesca. Sus dibujos, de una extraordinaria belleza, testimonios de su naturalidad para expresar sus ideas y pensamientos a través de rápidos y certeros trazos. 

De nuevo he podido disfrutar de la delicada y bellísima Dama del Armiño (mi retrato femenino favorito de cuantos realizó Leonardo), que compartía sala, como si de una competición de belleza se tratase, con  La Belle Ferronnière, del Louvre. Ocasión única, así mismo, para ver la única reproducción contemporánea a idéntica escala de la original, de La Última Cena de Leonardo, realizada por Giovanni Pietro Rizzoli "Giampietrino", que nos descubre los colores leonardescos antes de los estragos causados por el paso del tiempo y por la técnica utlizada por Leonardo -éste detestaba trabajar velozmente, cosa que la pintura al fresco requería, por lo que en la obra eleborada para el Cenáculo de Santa Maria delle Grazie, en Milán, experimentó una nueva técnica que le permitía trabajar a su ritmo (y no "a giornate" como ocurría con el fresco), recurriendo al temple y al óleo sobre dis capas de preparación de yeso extendidas sobre el enlucido. Acompañando e ilustrando la reproducción, bocetos de Leonardo para los distintos personajes de la Última Cena, entre los que destaca un hermosísimo estudio de San Felipe.

Leonardo, tan viajero y tan curioso, tan ansioso de volar, voló a la capital del Reino Unido para deleite de un público ávido de belleza y genialidad. 

Por fortuna, en este nuevo Medievo que es el siglo XXI, la serenidad y cultura renacentistas nos ayudan a evadirnos y nos regalan unas horas de hermosa armonía.  

sábado, 10 de diciembre de 2011

El Hermitage en el Prado

"Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma"(confío en que en estos tiempos revueltos y de ánimos susceptibles, mi citación no dé lugar a polémica alguna).
Siempre he deseado viajar a la majestuosa y cultísima San Petersburgo, ciudad que en mi imaginario se me antoja bellísima y única, una especie de perla en el frío noroeste ruso, una joya apodada "la Venecia del norte", el capricho de un zar que amaba Europa y que quiso construir una ciudad de inspiración europea en Rusia. La maravillosa película "El Arca Rusa", de Alexandr SoKurov (2002),  fue mi primera visita imaginaria al Hermitage, orgullo de la ciudad del Neva. La excelente exposición del Museo del Prado, organizada en ocasión de la celebración del Año Dual España-Rusia, me ha transportado nuevamente al Hermitage y ha reafirmado e incrementado mis deseos por conocer este gran museo.
La era de la globalización, además de traernos los viajes low-cost, que tienen sus pros y sus contras, ha abatido las fronteras del arte, ofreciéndonos degustaciones de parte de las colecciones de museos e instituciones que, otrora, quedaban fuera de nuestro alcance y que sólo podíamos disfrutar viajando.
Hoy, paseándome por las diferentes salas de nuestro Museo del Prado que albergan una selección de obras del Hermitage, me he imaginado e incluso visto deambulando por las majestuosas salas neoclásicas del Hermitage. El mejor museo de España y la mejor pinacoteca del mundo, fruto del glorioso pasado de nuestro país y del amor por el arte de nuestros monarcas, es una sede sin igual para exponer las colecciones de Pedro I el Grande, Catalina II la Grande y Nicolás I, que fueron quienes más contribuyeron al desarrollo del conjunto palatino y museal del Hermitage. Reflejo de un pasado de riqueza, gran cultura y un profundo amor y admiración por cuanto venía Europa, en la muestra "El Hermitage en el Prado" podemos contemplar una importante selección de pinturas, dibujos y esculturas que van del Barroco a las Vanguardias europeas del siglo XX (fruto de la nacionalización de las grandes colecciones de arte privadas de Rusia, tras la Revolución de 1917). La exposición es como una wunderkammer que nos sorprende con tesoros de lo más dispares, que obedecen a las amplias miras y gran curiosidad y erudición del esplendoroso pasado de Rusia. Caravaggio; Monet;  Bellotto; Rembrandt; Van Dyck; Friedrich (mi adorado Friedrich y su "Salida de la luna: dos figuras masculinas en la orilla"); Picasso; Matisse; Kandisky; esculturas de Canova, una maqueta preparatoria de El Éxtasis de Santa Teresa, de Bernini; bellísimas piezas de joyería escita y griega; una selección de obras de artes decorativas occidentales y asiáticas, entre las que destacaría una arqueta china en plata, con una exquisita y fina filigrana y un sable con vaina iraní, de mediados del siglo XIX, cuajado de piedras preciosas. Para rendir aún más real nuestro viaje imaginario, en la exposición podemos contemplar incluso dos magníficos trajes de época: un vestido cortesano de ceremonia de la segunda mitad del siglo XIX, realizado en terciopelo carmesí y raso blanco, y un uniforme general de Guardia de Corps del Regimiento de Húsares, de la primera mitad del siglo XIX.
Siempre he dicho que si llegase al cielo y encontrase una cola de horas me iría derecha al infierno. En este caso no es así: la cola, que se puede evitar comprando el billete con antelación, ha merecido la pena y me ha transportado directamente al Paraíso que, para mí, es un lugar repleto de arte y de belleza. Como con un buen libro, que una desearía no acabar, he salido de la exposición con ganas de más, hambrienta de maravillas como ésta.