lunes, 17 de diciembre de 2012

Imogen Cunningham y la extraordinaria belleza de las cosas ordinarias


Three dancers, Mills College, 1929

Dicen que la belleza está en los ojos de quien la mira y, contemplando la excelente exposición antológica de Imogen Cunningham -1883-1976- (la muestra, la más completa dedicada a la artista, se puede contemplar en la Sala de Exposiciones AZCA de la Fundación Mapfre hasta el 20 de enero de 2013), me di cuenta de cuánta belleza había en los ojos de esta fotógrafa, una esteta que miraba el mundo a través del objetivo de su cámara y cuyas fotografías nos descubren la poderosa y simple hermosura que subyace incluso en las cosas más sencillas y, aparentemente, más banales. Viendo estas imágenes, me vino a la mente la genial escena de la bolsa de plástico de la película "American beauty".

Imogen había nacido para la fotografia, pues poseía un talento innato, curioso y un ojo certero para los encuadres. Muy longeva (vivió hasta los 93 años), desde el momento en que descubrió la fotografía, en 1906, no cesó de capturar instantes con su cámara. Su frase "la fotografía para mí es tan maravillosa que, incluso hoy, es como si jamás hubiese visto una fotografía", define a la perfección la inagotable pasión de Imogen, que la llevó a experimentar durante toda su vida con diferentes motivos y técnicas. Fotografiaba todo, desde arquitectura y paisajes urbanos, hasta flores y plantas, personas y paisajes naturales. Todo despertaba la curiosidad de la genial fotógrafa, incluso algo aparentemente tan simple como un charco, motivo que origina una de las obras que más me han cautivado de la exposición: Reflection at Sudbury Hill, England, 1960. Sus fotos, sea cual sea el sujeto protagonista, destilan una inusitada belleza.

Gran retratista, Imogen Cunningham conseguía captar en sus obras la personalidad de los retratados, su esencia. Sus retratos están dotados de una gran vivacidad y espontaneidad; transmiten tanta fuerza que, mirándolos, he comprendido por qué los indios creían que la fotografía robaba el alma. Fascinante el retrato de Paul Burlingame, con su insólito encuadre que resalta dos zonas tan potentes y expresivas como son las manos y los ojos.

Paul Burlingame, 1953


En la muestra se puede ver una fotografía del jardín de la artista, un vergel con muchas "modelos". Imogen realizó, de hecho, numerosas fotografías de flores y plantas, retratos sobre fondo neutro, característico del género pictórico, que hace resaltar el sujeto. Cada flor es única y sorprenden la sensualidad, carnalidad y erotismo que éstas destilan.

Bellísimas, así mismo, son las fotografías de bailarines. Cuerpos perfectos, pasos de baile congelados en el tiempo, pura estética y armonía.

Es siempre un regalo disfrutar de la contemplación de la belleza e Imogen Cunnigham nos proporciona, no sólo el placer de contemplar unas maravillosas fotografías, sino también las claves para mirar a nuestro alrededor con otros ojos. La belleza está en todas partes; sólo es necesario saber verla.

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