"Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma"(confío en que en estos tiempos revueltos y de ánimos susceptibles, mi citación no dé lugar a polémica alguna).
Siempre he deseado viajar a la majestuosa y cultísima San Petersburgo, ciudad que en mi imaginario se me antoja bellísima y única, una especie de perla en el frío noroeste ruso, una joya apodada "la Venecia del norte", el capricho de un zar que amaba Europa y que quiso construir una ciudad de inspiración europea en Rusia. La maravillosa película "El Arca Rusa", de Alexandr SoKurov (2002), fue mi primera visita imaginaria al Hermitage, orgullo de la ciudad del Neva. La excelente exposición del Museo del Prado, organizada en ocasión de la celebración del Año Dual España-Rusia, me ha transportado nuevamente al Hermitage y ha reafirmado e incrementado mis deseos por conocer este gran museo.
La era de la globalización, además de traernos los viajes low-cost, que tienen sus pros y sus contras, ha abatido las fronteras del arte, ofreciéndonos degustaciones de parte de las colecciones de museos e instituciones que, otrora, quedaban fuera de nuestro alcance y que sólo podíamos disfrutar viajando.
Hoy, paseándome por las diferentes salas de nuestro Museo del Prado que albergan una selección de obras del Hermitage, me he imaginado e incluso visto deambulando por las majestuosas salas neoclásicas del Hermitage. El mejor museo de España y la mejor pinacoteca del mundo, fruto del glorioso pasado de nuestro país y del amor por el arte de nuestros monarcas, es una sede sin igual para exponer las colecciones de Pedro I el Grande, Catalina II la Grande y Nicolás I, que fueron quienes más contribuyeron al desarrollo del conjunto palatino y museal del Hermitage. Reflejo de un pasado de riqueza, gran cultura y un profundo amor y admiración por cuanto venía Europa, en la muestra "El Hermitage en el Prado" podemos contemplar una importante selección de pinturas, dibujos y esculturas que van del Barroco a las Vanguardias europeas del siglo XX (fruto de la nacionalización de las grandes colecciones de arte privadas de Rusia, tras la Revolución de 1917). La exposición es como una wunderkammer que nos sorprende con tesoros de lo más dispares, que obedecen a las amplias miras y gran curiosidad y erudición del esplendoroso pasado de Rusia. Caravaggio; Monet; Bellotto; Rembrandt; Van Dyck; Friedrich (mi adorado Friedrich y su "Salida de la luna: dos figuras masculinas en la orilla"); Picasso; Matisse; Kandisky; esculturas de Canova, una maqueta preparatoria de El Éxtasis de Santa Teresa, de Bernini; bellísimas piezas de joyería escita y griega; una selección de obras de artes decorativas occidentales y asiáticas, entre las que destacaría una arqueta china en plata, con una exquisita y fina filigrana y un sable con vaina iraní, de mediados del siglo XIX, cuajado de piedras preciosas. Para rendir aún más real nuestro viaje imaginario, en la exposición podemos contemplar incluso dos magníficos trajes de época: un vestido cortesano de ceremonia de la segunda mitad del siglo XIX, realizado en terciopelo carmesí y raso blanco, y un uniforme general de Guardia de Corps del Regimiento de Húsares, de la primera mitad del siglo XIX.
Siempre he dicho que si llegase al cielo y encontrase una cola de horas me iría derecha al infierno. En este caso no es así: la cola, que se puede evitar comprando el billete con antelación, ha merecido la pena y me ha transportado directamente al Paraíso que, para mí, es un lugar repleto de arte y de belleza. Como con un buen libro, que una desearía no acabar, he salido de la exposición con ganas de más, hambrienta de maravillas como ésta.
Blog sobre arte y cultura: reseñas de exposiciones, espectáculos teatrales, películas...Lo bello nos emociona y transporta. ¿Te animas a dejarte llevar por mis palabras?
sábado, 10 de diciembre de 2011
domingo, 7 de agosto de 2011
Cristina García Rodero, Transtempo
Magnífica la exposición de la "magnífica" Cristina García Rodero (ha sido primera española que ha entrado a formar parte de la prestigiosa agencia internacional fotoperiodística Magnum), en muestra en el Círculo de Bellas Artes hasta el 2 de octubre.
Comisariada por Miguel von Hafe y María José Villaluenga, la muestra es una producción de Centro Galego de Arte Contemporáneo (CGAC), en cuyas salas se exhibió hasta el pasado mes de febrero.
El título de la exposición "Transtempo", literalmente "más allá del tiempo", define a la perfección el discurso de la misma. La muestra reúne tres décadas de trabajo de García Rodero, quien, desde 1974, fotografió una Galicia atemporal, una Galicia profunda, oscura, fuertemente religiosa y supersticiosa, una tierra donde se entrelazan el fervor católico y el paganismo.
Sus fotos sorprenden y extrañan porque parecen de un pasado remoto, pese a que muchas sean de fecha reciente. Esas imágenes de ancianas con pañoleta y vestidas de luto de la cabeza a los pies, se nos antojan lejanas en el tiempo. Basta, sin embargo, dejar atrás las ciudades y adentrarse en la España profunda para hacer un viaje temporal, a la vez que físico. La fotógrafa captura otra realidad de nuestro país, de esa otra España, esa España profunda, donde parece haberse detenido el tiempo. No obstante la temática, las fotografías de Cristina García Rodero son fuertemente estéticas, bellísimas. Sus fotografías en blanco y negro transmiten en muchos casos la belleza del esperpento, de los rostros cincelados por el tiempo, de esa España Negra que a finales del siglo XIX plasmaron en un libro homónimo Regoyos y Verhaeren.
Hay, por otra parte, una dicotomía en la exposición, una dualidad que es parte de la vida misma: muchas fotografías tienen como sujeto el tema de la muerte, tan dramático, sobre todo cuando se trata de niños; otras muchas son pura vida. Acomuna a ambas el pathos, la emoción -la otra fuerza que regula el ánimo humano junto con el logos (la parte racional)-, tan característico de las sociedades donde la religión y la superstición ocupan un lugar preponderante. La fuerza de las instantáneas de García Rodero se debe a que consigue capturar todo ese sentimiento y trasmitirlo al espectador. Sus fotografías son un hermoso y potente estudio sociológico y antropológico.
Comisariada por Miguel von Hafe y María José Villaluenga, la muestra es una producción de Centro Galego de Arte Contemporáneo (CGAC), en cuyas salas se exhibió hasta el pasado mes de febrero.
El título de la exposición "Transtempo", literalmente "más allá del tiempo", define a la perfección el discurso de la misma. La muestra reúne tres décadas de trabajo de García Rodero, quien, desde 1974, fotografió una Galicia atemporal, una Galicia profunda, oscura, fuertemente religiosa y supersticiosa, una tierra donde se entrelazan el fervor católico y el paganismo.
Sus fotos sorprenden y extrañan porque parecen de un pasado remoto, pese a que muchas sean de fecha reciente. Esas imágenes de ancianas con pañoleta y vestidas de luto de la cabeza a los pies, se nos antojan lejanas en el tiempo. Basta, sin embargo, dejar atrás las ciudades y adentrarse en la España profunda para hacer un viaje temporal, a la vez que físico. La fotógrafa captura otra realidad de nuestro país, de esa otra España, esa España profunda, donde parece haberse detenido el tiempo. No obstante la temática, las fotografías de Cristina García Rodero son fuertemente estéticas, bellísimas. Sus fotografías en blanco y negro transmiten en muchos casos la belleza del esperpento, de los rostros cincelados por el tiempo, de esa España Negra que a finales del siglo XIX plasmaron en un libro homónimo Regoyos y Verhaeren.
Hay, por otra parte, una dicotomía en la exposición, una dualidad que es parte de la vida misma: muchas fotografías tienen como sujeto el tema de la muerte, tan dramático, sobre todo cuando se trata de niños; otras muchas son pura vida. Acomuna a ambas el pathos, la emoción -la otra fuerza que regula el ánimo humano junto con el logos (la parte racional)-, tan característico de las sociedades donde la religión y la superstición ocupan un lugar preponderante. La fuerza de las instantáneas de García Rodero se debe a que consigue capturar todo ese sentimiento y trasmitirlo al espectador. Sus fotografías son un hermoso y potente estudio sociológico y antropológico.
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Madrid
sábado, 6 de agosto de 2011
Polonia, Tesoros y Colecciones
Es indudable que el arte consigue transportarnos a otro tiempo y a otro espacio. El arte y la cultura son, sin duda, embajadores de primera, contribuyendo sobremanera a promocionar la imagen nacional en el exterior. La magnífica expocición "Polonia. Tesoros y Colecciones Artísticas", en muestra en el Palacio Real de Madrid hasta el 4 de septiembre cumple a la perfección con su labor diplomática, trayendo a España sus tesoros artísticos, recreando su pasado esplendor y haciéndonos desear preparar las maletas e ir a visitar todos los rincones del país.
El viaje imaginario comienza en la primera sala, donde nos recibe un video con imágenes de los monumentos más relevantes de Polonia y el bellísimo Nocturno de Chopin op.9 n.2
http://www.youtube.com/watch?v=qjKqy9lA_YQ
Es la primera vez que se presenta en España una exposición sobre el patrimonio histórico-artístico de Polonia y el debut es inmejorable. No se me ocurre un marco mejor para acoger esta maravillosa exposición: un palacio de ensueño acoge el esplendor de Polonia, con obras europeas y polacas de del Renacimiento al siglo XVIII. Sorprende gratamente el excelente montaje expositivo: la claridad del discurso y la elegancia con que se exhiben las obras de arte y objetos. Tan armoniosa es la convivencia entre contenedor y contenido, que parece como si algunas obras hubiesen estado allí dispuestas siempre; es el caso del retrato de Eleonora Maria Wisniowiecka, que cuelga sobre una chimenea de marmol, uno de los espacios predilectos para disponer retratos. Una fastuosa lámpara de araña pende sobre la vitrina negra que custodia las preciosas monedas conmemorativas, las cuales parecen flotar suspendidas en el aire. Bellísimos los objetos de armería, en particular el impresionante uniforme de húsar, con sus magníficas alas, el Escudo Profético del Rey Juan III Sobieski o la Montura de Parada, realizada por un taller armeno de Luov. Tan lejos y tan cerca, recorriendo las distintas salas aprehendemos la identidad polaca, la influencia europea y la oriental -fruto de la situación geográfica del país-, que forjaron y enriquecieron su cultura.
Las dos últimas salas nos reservan lo mejor de la exposición, dos obras maestras: la Niña en un marco, de Rembrandt y la Dama del Armiño, de Leonardo, uno de los cuatro retratos femeninos realizados por el genio de Vinci y estrella absoluta de la exposición. A este tesoro se le ha reservado una sala, de manera que podamos deleitarnos y contemplarla con total dedicación. Como por arte de magia, todo invita a dejarse transportar por tanta belleza. El Nocturno de Chopin que se escucha nuevamente, en la lejanía, y el gran marco color burdeos que enmarca y resalta el protagonismo del retrato de Cecilia Gallerani, la joven culta y hermosa amante de Ludovico Sforza, "Il Moro". Leonardo presenta a la joven vestida a la moda española, esbozando apenas una sonrisa -algo muy característico de los retratos leonardescos- y sosteniendo en sus brazos un armiño blanco, símbolo de pureza, pero también alusión a su amante Ludovico Sforza -en cuyo emblema estaba el armiño- y al apellido de la propia Cecilia -ya que podría tratarse de un retruécano de su apellido, pues en griego armiño se dice galé.
Esta obra maestra, perteneciente a la Familia Czartorysky -una de las más poderosas de Polonia- desde 1978, se exhibe en el Museo Czartorysky, en Cracovia. El amor por esta pintura, que por circunstancias históricas ha vivido numerosas peripecias, se ha transmitido de generación en generación y su actual propietario, el Príncipe Adam Karol Czartorysky, a la pregunta de un periodista sobre el valor de esta obra respondió "si la pierdo me muero. Ese es su valor". Efectivamente, no todo tiene precio y cuando amamos algo, no queremos perderlo.
PS.-Es la primera vez que La Dama del Armiño se expone en España y quien desee verla debe darse prisa, pues la obra estará en muestra sólo hasta el 18 de agosto.
El viaje imaginario comienza en la primera sala, donde nos recibe un video con imágenes de los monumentos más relevantes de Polonia y el bellísimo Nocturno de Chopin op.9 n.2
http://www.youtube.com/watch?v=qjKqy9lA_YQ
Es la primera vez que se presenta en España una exposición sobre el patrimonio histórico-artístico de Polonia y el debut es inmejorable. No se me ocurre un marco mejor para acoger esta maravillosa exposición: un palacio de ensueño acoge el esplendor de Polonia, con obras europeas y polacas de del Renacimiento al siglo XVIII. Sorprende gratamente el excelente montaje expositivo: la claridad del discurso y la elegancia con que se exhiben las obras de arte y objetos. Tan armoniosa es la convivencia entre contenedor y contenido, que parece como si algunas obras hubiesen estado allí dispuestas siempre; es el caso del retrato de Eleonora Maria Wisniowiecka, que cuelga sobre una chimenea de marmol, uno de los espacios predilectos para disponer retratos. Una fastuosa lámpara de araña pende sobre la vitrina negra que custodia las preciosas monedas conmemorativas, las cuales parecen flotar suspendidas en el aire. Bellísimos los objetos de armería, en particular el impresionante uniforme de húsar, con sus magníficas alas, el Escudo Profético del Rey Juan III Sobieski o la Montura de Parada, realizada por un taller armeno de Luov. Tan lejos y tan cerca, recorriendo las distintas salas aprehendemos la identidad polaca, la influencia europea y la oriental -fruto de la situación geográfica del país-, que forjaron y enriquecieron su cultura.
Las dos últimas salas nos reservan lo mejor de la exposición, dos obras maestras: la Niña en un marco, de Rembrandt y la Dama del Armiño, de Leonardo, uno de los cuatro retratos femeninos realizados por el genio de Vinci y estrella absoluta de la exposición. A este tesoro se le ha reservado una sala, de manera que podamos deleitarnos y contemplarla con total dedicación. Como por arte de magia, todo invita a dejarse transportar por tanta belleza. El Nocturno de Chopin que se escucha nuevamente, en la lejanía, y el gran marco color burdeos que enmarca y resalta el protagonismo del retrato de Cecilia Gallerani, la joven culta y hermosa amante de Ludovico Sforza, "Il Moro". Leonardo presenta a la joven vestida a la moda española, esbozando apenas una sonrisa -algo muy característico de los retratos leonardescos- y sosteniendo en sus brazos un armiño blanco, símbolo de pureza, pero también alusión a su amante Ludovico Sforza -en cuyo emblema estaba el armiño- y al apellido de la propia Cecilia -ya que podría tratarse de un retruécano de su apellido, pues en griego armiño se dice galé.
Esta obra maestra, perteneciente a la Familia Czartorysky -una de las más poderosas de Polonia- desde 1978, se exhibe en el Museo Czartorysky, en Cracovia. El amor por esta pintura, que por circunstancias históricas ha vivido numerosas peripecias, se ha transmitido de generación en generación y su actual propietario, el Príncipe Adam Karol Czartorysky, a la pregunta de un periodista sobre el valor de esta obra respondió "si la pierdo me muero. Ese es su valor". Efectivamente, no todo tiene precio y cuando amamos algo, no queremos perderlo.
PS.-Es la primera vez que La Dama del Armiño se expone en España y quien desee verla debe darse prisa, pues la obra estará en muestra sólo hasta el 18 de agosto.
viernes, 5 de agosto de 2011
De Madrid al Cielo
Mientras volvía a casa este mediodía, sufriendo el calor y el sol de justicia, pensaba que el clima del infierno debe de ser muy similar al de Madrid…probablemente, sus pobladores también, ¡Jajajaj! Yo, al igual que Mark Twain, soy de la opinión de que “el Paraiso lo prefiero por el clima, el Infierno por la compañía”.
MADRID a mí NO ME MATA, a mí ME REGENERA. ¡Cuánto me gusta esta ciudad! Cañalla y divertida, cosmopolita y castiza, madre adoptiva de gentes venidas de todas partes, de España y del mundo. Adoro pasear por sus calles, ensimismándome en ocasiones con su arquitectura; en otras, observando la variopinta fauna urbana que la puebla. Madrid es un fascinante y entretenido “melting pot”, una ciudad acogedora y tolerante, de mente abierta y curiosa, que te atrapa en su seno, que te seduce y te embruja. Madrid, la ciudad donde las cañas saben más ricas, donde hasta los mendigos (algunos) tienen guasa, donde se respira vida y frescura. Madrid es alegría, es fiesta, es luz, es cultura, es belleza. Caótica y bulliciosa, ha sabido preservar sus remansos de paz, sus escondites más o menos secretos que acogen a quien huye del mundanal ruido. Siempre hay un museo con pocos visitantes, que permite el disfrute en la intimidad; siempre hay un café con pocas mesas ocupadas, una plaza de barrio, un sendero poco transitado.
Llevo ya casi siete meses aquí y cada día que pasa me enamora un poco más. Como el buen amante, sabe sorprender cada día, evitando así el tedio y la rutina. Basta cambiar el recorrido, caminar por una calle diversa. Creo que es mi ciudad. Incluso ahora, con este calor sofocante y soporífero que obliga a la indolencia, que me priva de las ganas de salir a la calle, a mí que soy más callejera que un gato. Me encanta el hecho de sentirla una ciudad “a medida del hombre”: a pesar de sus extensión y número de habitantes, Madrid no da la sensación de ser una metrópolis donde todo es prisa y estrés, donde uno se siente apocado y solo. No, Madrid ha sabido conservar la identidad de sus barrios, con su ambiente afable y familiar, tan diversos entre sí que bien pudiera existir incluso diferencia horaria. Me fascina el cielo madrileño, que parece pintado a pinceladas; sus puestas de sol, con esa luz amarilla que envuelve la ciudad en una atmósfera casi metafísica. “De Madrid al cielo,” que es hacia donde me encanta mirar, para descubrir las muchas esculturas que culminan los edificios singulares de la ciudad y que son, ellas también, habitantes de Madrid, con un apartamento en las nubes (me pregunto si las de ellas también serán estudios de 22 metros cuadrados).
Madrid es una ciudad fotogénica, pero no por perfecta, sino por su cautivadora perfecta imperfección. Me encantan sus contrates, visualizo una fotografía casi a cada instante: sus rincones, el pequeño concierto improvisado callejero, el afilador (¡cuántos recuerdos de la infancia me vienen al escuchar el sonido del chiflo), los personajes–iconos de la ciudad (como los dos gemelos roqueros que están siempre en la Gran Vía, entre Tres Cruces y Montera), el barquillero, los artistas, los miembros de las diferentes tribus urbanas, los turistas, los locales, los gatos y los madrileños de adopción. Tantos y tantos lugares que te atrapan, tantas cosas por hacer, tantos amigos por hacer.
domingo, 1 de mayo de 2011
Black Swan
La búsqueda de la belleza absoluta, de la perfección; el deseo de alcanzar lo sublime, cueste lo que cueste. El ballet consiste en ésto. Los bailarines se convierten en obras de arte en carne y hueso que sacrifican su vida para ofrecernos ese espectáculo único que nos hace emocionarnos, vibrar, que nos transporta y hechiza. Esos cuerpos escultóricos son su medio de expresión. A diferencia de otros artistas, que recurren al pincel o al cincel para acometer sus obras, los bailarines esculpen sus propios cuerpos, que con sus movientos nos transmiten toda la pasión que llevan dentro. Sólo unos cuantos elegidos llegan al culmen de la belleza.
Black Swan, la última película de Darren Aronofsky es una auténtica obra maestra. Y Natalie Portman está sublime en su papel, un personaje sin duda complejísimo. El yin y el yang llevados al extremo.
Nunca una película me había impactado tanto. Salí del cine con un terrible Síndrome de Stendhal: sintiendo una presión en el pecho, falta de aire y una necesidad imperiosa de silencio e introspección.
La obsesión por la belleza puede ser letal. Su búsqueda puede ser fatal.
Black Swan, la última película de Darren Aronofsky es una auténtica obra maestra. Y Natalie Portman está sublime en su papel, un personaje sin duda complejísimo. El yin y el yang llevados al extremo.
Nunca una película me había impactado tanto. Salí del cine con un terrible Síndrome de Stendhal: sintiendo una presión en el pecho, falta de aire y una necesidad imperiosa de silencio e introspección.
La obsesión por la belleza puede ser letal. Su búsqueda puede ser fatal.
sábado, 30 de abril de 2011
LA JOIE DE VIVRE. JUGANDO A CAPTURAR LA FELICIDAD
¿Quién no desearía detener el tiempo para perpetuar al infinito un instante de felicidad? Capturar un momento alegre, despreocupado. Convertirse en el guerrero que preserva y protege un delicioso lapso de júbilo frente al cruel e inexorable tiempo, que tan rápido nos lo arranca de las manos.
La expresión francesa "la joie de vivre" define a la perfección la sensación que transmiten las fotos de Jacques Henri Lartigue, que se pueden ver en CaixaForum Madrid hasta el 19 de Junio. Sus bellísimas fotografías son una invitación al disfrute de la vida, a la ligereza, a la diversión, a la amistad y al amor, a los pequeños placeres que hacen que nuestra existencia sea más liviana.
Jacques Henri Lartigue se inició en el arte de la fotografía con sólo seis años, de la mano de su padre, fotografo aficionado, quien dos años más tarde le regaló su primera cámara fotográfica. A partir de ese momento, el capturar la vida se convirtió en una suerte de deliciosa obsesión para Lartigue que, además de ir siempre acompañado de una cámara fotográfica, escribió a lo largo de toda su vida un diario en el que dejaba constancia, no sólo de todo cuanto hacía, inclusive algo aparentemente tan poco relevante como es dormir, sino también del tiempo atmosférico.
Lartigue, hedonista y amante del lado lúdico de la vida, convierte también en juego la fotografía: experimenta y descubre encuadres diferentes, motivos. Quiere captar todo lo que le produce dicha y le pone de buen humor: los coches, los deportes (en estos años el deporte se puso de moda entre las clases acomodadas), las mujeres, los viajes...Le fascina capturar a las personas saltando, plasmar ese momento en que nos queremos asemejar a las aves, en que nos convertimos casi en algo etéreo y libre. El salto, el levantar nuestro cuerpo en el aire, alzando los pies del suelo, es lo contrario a tener los pies en la tierra: saltar es dejar de lado la sensatez y racionalidad para dejarse embriagar por una apasionada ligereza.
Viendo sus fotografías uno se da cuenta de que Lartigue fue, sin duda, un privilegiado. De familia acomodada, tuvo al alcance de la mano todo lo necesario para poder disfrutar al máximo de la vida y de sus placeres. Hay, sin embargo, muchas personas que tienen igualmente una vida regalada y no saben apreciarla. Lartigue, por el contrario, degustó la vida al máximo; sonrió a una existencia que le sonreía.
Este gran amor por la vida, le llevó a desear conservar cada momento. Cuando recibió su primera cámara fotográfica, de hecho, Lartigue afirmó: "Podré fotografiarlo todo. Todo. (...) Ahora quizás ya no me entristezca regresar a París porque podré llevarme los retratos del campo". ¿Y quién de nosotros no desea congelar un instante feliz, un lugar especial para nosotros, una persona querida? Lartigue lo hace y, gracias a este deseo suyo de eternizar lo efimero, nos vemos contagiados de su misma alegría y pasión por la vida.
La expresión francesa "la joie de vivre" define a la perfección la sensación que transmiten las fotos de Jacques Henri Lartigue, que se pueden ver en CaixaForum Madrid hasta el 19 de Junio. Sus bellísimas fotografías son una invitación al disfrute de la vida, a la ligereza, a la diversión, a la amistad y al amor, a los pequeños placeres que hacen que nuestra existencia sea más liviana.
Jacques Henri Lartigue se inició en el arte de la fotografía con sólo seis años, de la mano de su padre, fotografo aficionado, quien dos años más tarde le regaló su primera cámara fotográfica. A partir de ese momento, el capturar la vida se convirtió en una suerte de deliciosa obsesión para Lartigue que, además de ir siempre acompañado de una cámara fotográfica, escribió a lo largo de toda su vida un diario en el que dejaba constancia, no sólo de todo cuanto hacía, inclusive algo aparentemente tan poco relevante como es dormir, sino también del tiempo atmosférico.
Lartigue, hedonista y amante del lado lúdico de la vida, convierte también en juego la fotografía: experimenta y descubre encuadres diferentes, motivos. Quiere captar todo lo que le produce dicha y le pone de buen humor: los coches, los deportes (en estos años el deporte se puso de moda entre las clases acomodadas), las mujeres, los viajes...Le fascina capturar a las personas saltando, plasmar ese momento en que nos queremos asemejar a las aves, en que nos convertimos casi en algo etéreo y libre. El salto, el levantar nuestro cuerpo en el aire, alzando los pies del suelo, es lo contrario a tener los pies en la tierra: saltar es dejar de lado la sensatez y racionalidad para dejarse embriagar por una apasionada ligereza.
Viendo sus fotografías uno se da cuenta de que Lartigue fue, sin duda, un privilegiado. De familia acomodada, tuvo al alcance de la mano todo lo necesario para poder disfrutar al máximo de la vida y de sus placeres. Hay, sin embargo, muchas personas que tienen igualmente una vida regalada y no saben apreciarla. Lartigue, por el contrario, degustó la vida al máximo; sonrió a una existencia que le sonreía.
Este gran amor por la vida, le llevó a desear conservar cada momento. Cuando recibió su primera cámara fotográfica, de hecho, Lartigue afirmó: "Podré fotografiarlo todo. Todo. (...) Ahora quizás ya no me entristezca regresar a París porque podré llevarme los retratos del campo". ¿Y quién de nosotros no desea congelar un instante feliz, un lugar especial para nosotros, una persona querida? Lartigue lo hace y, gracias a este deseo suyo de eternizar lo efimero, nos vemos contagiados de su misma alegría y pasión por la vida.
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domingo, 10 de abril de 2011
Hay una vez El Circo...

...que alegra siempre el corazón...Osea, el Cirque du Soleil, el circo de los circos contemporáneos. Hay diversos y muy buenos, pero ninguno consigue transportarte al candor y a la ilusión de la infancia como el Cirque du Soleil.
El simple gesto de cruzar el umbral de la puerta de acceso, para adentrase en el gran chapitel, es mágico. Nada queda de las carpas casposas y depresivas de los circos de antaño; todo es belleza y elegancia, todo es etéreo y, contemporánemente, lleno de fuerza y energía.
Incluso cuando el argumento de Corteo es la muerte, el circo está lleno de vida y color. Corteo (cortejo en italiano) representa el funeral de Mauro, el payaso muerto, quien vive su cortejo fúnebre y se muestra lleno de vida en el limbo. Sus amigos le rinden un tributo lleno de júbilo y hacen al espectador partícipe del mismo. La alegría de la que dotan a un evento tan trágico como es la muerte, hace que al evocarla me venga a la mente Il Carrozzone, di Renato Zero, que se despide de la existencia entonando un "bella è la vita che se ne va¨.
Corteo te hace reír y llorar, te conmueve y emociona. Creo que con este espectáculo el Cirque del Sol ha alcanzado la perfección. Lo considero el mejor de cuantos he visto.
Como siempre, uno sale de la sala con la sonrisa grabada y el corazón sonriendo. Gracias por regalarnos tanta magia y belleza.
http://www.cirquedusoleil.com/es-es/shows/corteo/show/about.aspx
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